Testimonios
& Críticas

John Percival
"Él puede transformar un pobre ballet en un éxito"


No puedo pensar en otro bailarín que actúe en este momento, que pueda transformar un pobre ballet en un éxito, sino en Wladimir Skouratoff. Su fuerza, aún en la más absurda y extenuante variación; su habilidad para sugerir un verdadero personaje a partir de las
más triviales pautas de la coreografía; su muy real e imperiosa masculinidad; su curiosamente reservado aire de autoridad – si un ballet fracasa a pesar de todo éso, debe ser verdaderamente un miserable fracaso. Desdichadamente, de la mayoría de las obras en las que hemos visto bailar a Skouratoff desde que vino por primera vez a Londres poco después de la guerra, no hay realmente nada más para decir.

Como si estas formidables virtudes fueran demasiado para un solo hombre, Skouratoff parece estar condenado por alguna clase de demonio que aparentemente lo vuelve inquieto en su trabajo. Esto puede ser lo que algunas veces lo ha conducido en el pasado a una actitud perjudicialmente caprichosa en el escenario.

Recuerdo, por ejemplo, la vez en que él y Kalioujny , vestidos con impermeables y ocultos bajo sombreros gachos y anteojos oscuros, tenían un picnic al lado de la escena durante Les Forains. Había una hogaza de pan y una botella de vino; cuando éstas habían sido
consumidas, ellos fumaban cigarrillos y leían sus periódicos, sin prestar atención a la representación que los actores ambulantes daban entretanto. Cuando llegó el momento de la habitualmente infructuosa colecta de los espectadores, sin embargo, ellos dieron al ballet un inesperado final feliz regando el escenario con puñados de monedas.

Esto era verdadera diversión de la buena, pero también hubo el tiempo en que Skouratoff introdujo algunos toques excéntricos y satíricos en una representación de Le Rendezvous, formando una muñeca de una hoja de papel, sugiriendo un repentino e imaginario ataque de lumbago y finalmente provocando un alboroto de improvisaciones en el reparto entero, que cambió completamente el humor del ballet del melodrama a la farsa.

Estos son ejemplos aislados, pero imagino que habrán estado inspirados por el mismo deseo insoslayable de algo nuevo que lo ha conducido de una compañía a otra. Solamente en Londres, él ha bailado con diez conjuntos diferentes en sólo trece años.

Comenzó su carrera en Paris, adonde había nacido de padres ucranianos y en donde fue formado por Preobrajenska y por Boris Kniaseff. Su debut fue durante la Ocupación en el Lido – un cabaret de fama internacional, conocido por sus pródigos espectáculos así como por sus coristas. En estos entornos no muy auspiciosos, el joven Skouratoff se ganaba la vida con fastidio, mientras sus contemporáneos, Petit, Charrat y su círculo, comenzaban a crearse un renombre.

En las Soirées de la Danse que condujo a la formación de los Ballets des Champs-Elysées, Skouratoff creó el rol titular en Narcisse de Petit. Esto lo llevó al mundo del ballet para el cual había sido entrenado. Más tarde se unió al Nouveau Ballet de Monte Carlo, y la primera vez que lo vi bailar fue durante la temporada de la compañía en Londres en 1946.

En un programa, recuerdo, él bailó tres ballets de Lifar uno atrás del otro, como partenaire de Chauviré en Romeo y Julieta, de Tcherina en Mephisto Valse y de Jeanmaire en Aubade. Cada uno, si lo recuerdo bien, contenía una típica variación de Lifar, llena de los pasos más ostentosos y extenuantes – una dura prueba para la resistencia de cualquiera.
Un año después, volvió al Covent Garden con el Ballet Russe de De Basil. El pas de deux de Las bodas de Aurora realmente no era ideal para él, pero en Les sylphides, demostró que podía combinar fuerza y fluidez para producir una sólida aunque apagada performance.

El mejor rol que bailó en esa temporada, creo que una sola vez, en la matinée del día final, fue el favorito en Schéherezade. Solamente su magnífica elevación podría haber vuelto memorable a esta performance, pero su interpretación era aún más sorprendente. Carl van
Vechten describía a Nijinsky en este rol con sus “dedos sutiles y sensuales” revoloteando cerca de la piel de Zobeide sin tocarla jamás; Skouratoff, creando exactamente este mismo efecto, daba alguna idea de la apasionada convicción que la parte debía haber ganado de su primer intérprete.

Durante los dos años siguientes, Skouratoff bailó frecuentemente en Londres. Apareció con dos grupos de concierto, Les étoiles de la danse y Stars of the Ballet, y tomó parte en tres galas en el Empress Hall cuyo fin era recaudar fondos para Nijinsky. En estas temporadas bailó incansablemente una variedad de arduos y en su mayoría ingratos roles. Más satisfactorias fueron sus apariciones en la primera temporada londinense del Ballet de Paris de Petit.
Con esta compañía él apareció en diversas partes, yendo desde el clásico romantiscismo de algunos extractos de The sleeping Beauty a la comedia grotesca de un jocoso cocinero patizambo en L’oeuf à la coque. Con la ligereza y alegría de su variación en el pas de deux de Casse Noisette, la fuerza formidable de sus saltos como el guerrero Tancredo en Le Combat, la calma autoridad de su representación del personaje presumible de la Muerte en el enigmático Adam miroir de Charrat, Skouratoff tuvo por fin en esa temporada la oportunidad de demostrar la extensión y habilidad de sus poderes rápidamente madurados.

Fue en 1951 que Skouratoff volvió a Londres, esta vez con Les ballets des Champs-Elysées, bailando partes creadas por Petit y Babilée, así como en los pas de deux clásicos. Por varios años después de ello, él pareció haber encontrado por fin un hogar permanente con la compañía del Marqués de Cuevas, pero entonces la abandonó para unirse al reparto de Le rendez-vous manqué. Posteriormente se lo reportó como integrando la compañía de Tcherina, yéndose nuevamente mientras los ballets estaban todavía en ensayos. En esta temporada, él ha sido partenaire de Markova en el Festival Hall.

Todo esto significa que la evolución de Skouratoff ha sido enteramente diferente de la mayoría de los bailarines ingleses. El ha tenido la experiencia de bailar en muy diferentes ballets que si hubiera permanecido con una sola compañìa, y de estar sometido a muy diferentes influencias; lo que ha perdido en consecuencia es la ventaja de un desarrollo consistente bajo una dirección artística estable.

Esto podría fácilmente haberlo conducido a una quiebra artística mucho antes, si hubiera sucumbido a la tentación de confiarse en una técnica deslumbradora y en una fuerte personalidad. Skouratoff tiene suficiente técnica y suficiente personalidad para salir adelante con ello si lo deseara. Apuesto de una manera no convencional, tiene un rostro fuerte e interesante, mirada segura y boca burlona. Su físico es bueno, y posee la clase de masculinidad innata que no necesita énfasis para hacerse notar.

Es su don de la caracterización, sin embargo, lo que otorga el sello de la singularidad a muchas de las creaciones de Skouratoff. Esto a veces funciona de manera inesperada. Cuando bailó el coreógrafo en el ballet sin música de Lichine La Création, él evitó tanto el fervoroso romantiscismo que el propio Lichine diera al papel, como la melancólica intensidad de la representación de Babilée. En lugar de ello, Skouratoff se confió a una absoluta quietud en sus gestos, dando una impresión de poder más intelectual que físico o emocional, el cual no obstante dominó efectivamente el ballet.

Existen dos roles sobre todo en los cuales Skouratoff brindó interpretaciones de una fuerza tan apremiante, que ellas permanecen en mi memoria persistentemente. Una fue el rol del Conjurador del propio Petit en Les Forains, y la otra, el convicto fugitivo de Piège de lumière de Taras.

En el ballet de Petit, Skouratoff fue, por su autoridad e ingenio, definitivamente el líder de la pequeña troupe de actores ambulantes, desde su primera entrada. Aunque sugería el hastío del hombre y el comienzo de otra noche sin esperanzas, él sin embargo seguía siendo el más vivo de los artistas, inspeccionando la tienda mientras era elevada, ayudando y animando a sus colegas.

Y entonces, durante la representación del circo, cuánto encanto mostró como maestro de ceremonias. Todo el tiempo, por sus propias reacciones, conducía los ojos del espectador primero al artista en acción, luego a la tienda de la cual aparecería el siguiente.
Con pequeños gestos y expresiones momentáneas, él controlaba todas las reacciones a lo que los otros bailarines estaban haciendo. Con su índice presionado contra el pulgar, o con la mano detrás de la oreja, con un beso de sus dedos o con una mirada sapiente, preparaba el camino para los otros o enfatizaba los mejores momentos de sus solos. Era como un chef, supervisando minuciosamente la preparación de alguna receta; enriqueció su parte con infinito detalle, manteniendo siempre un toque ligero sobre la misma, y el ballet tomó fuego de su ardor.

Cuando llegó el turno de su propia contribución al circo, él bailó con facilidad, alegría y encanto. Aún los trucos “mágicos” fueron realizados con más habilidad de lo habitual – no necesitó un pañuelo, por ejemplo, para ocultar las flores que se materializaron en su mano.
Hay un mundo de diferencia entre Les Forains y Piège de lumière. El convicto recién evadido en el ballet de Taras, que llega al claro en el bosque, no está menos hastiado que el Conjurador de Les Forains, sin embargo en el momento en que la cadena es liberada de su pierna, él estalla en una turbulenta variación. Aparte de su inverosímil dramaticidad este solo no está, pienso, particularmente bien arreglado, pero el vigoroso enfoque de Skouratoff lo hizo ver mejor de lo que era.

Después de este poco prometedor comienzo, el convicto sale de escena hasta la última escena, cuando es cautivado por la bellísima mariposa, la Morphide. En su vano intento de atraparla, él termina cubierto de polen; ésto le provoca la locura, al imaginar que él también va a convertirse en un insecto. El don de Skouratoff de transmitir el personaje apropiado sin una actuación obvia, le permite llevar adelante este rol absurdo con convicción. Al final del ballet su tormento y su locura creciente pueden verse acumulándose, primero en la expresión de sus ojos cuando, solo y abatido, entra a escena con las manos vacías, luego de la procesión de los otros fugitivos con sus víctimas; luego, en el espasmódico abrir y cerrar de sus manos, y finalmente en el violento sacudir de su cuerpo entero en saltos desesperados y agónicos.
Las últimas apariciones de Skouratoff con el Festival Ballet demostraron que no ha perdido nada de su viejo fuego, aunque aparte de un fuertemente viril Albrecht, los roles que bailó le dieron poca oportunidad de demostrar sus mejores cualidades.

Cuándo y dónde aparecerá la próxima vez no es seguro en este momento. Lo que realmente me gustaría ver es a un coreógrafo que creara para él el rol que él podría bailar mejor que todos: el de un héroe contemporáneo, para el cual su vivacidad, su inteligencia y su impulso descontento parecen haber sido diseñados. A falta de ésto, lo único certero es que, autónomo e independiente como siempre, él dará vida a su entorno dondequiera que se encuentre.

(Londres, 1959)