Testimonios
& Críticas

Elsa Brunelleschi, Londres, 1951

Desde la primera vez que apareció en Londres en aquella memorable visita post-guerra del recientemente formado Nouveau Ballet de Monte Carlo, el joven Wladimir Skouratoff se ha convertido en un favorito de nuestro público. No es tanto su técnica lo que lo singulariza en nuestra memoria – muchos bailarines igualmente buenos han aparecido en Londres a quienes
recordamos menos – sino más bien sus manerismos, que tienen cierto grado de encanto, pero que son a menudo exagerados. El tiene ese truco de agitar rápidamente su mano en el aire en la preparación de una pirouette, que todos quienes conocen el trabajo de (Anton) Dolin reconocerán como inseparable de la personalidad del famoso bailarín inglés. Pero mientras el gesto de Dolin es realizado con ligereza, y sólo antes de una pirouette, Skouratoff tiende a repetirlo frecuentemente y juega constantemente con sus manos.

El bello rostro impaciente de Skouratoff tiene mucho que ver con su popularidad. Pero de nuevo, sus bellos rasgos son alterados por una constante agitación: sus ojos, especialemente, nunca están quietos, y sin ninguna razón una expresión pueril se vuelve inquieta y cubierta por sombras. Todas estas expresiones cambiantes deben ser confusas para la audiencia. Yo misma quiero saber en dónde me encuentro frente a un rostro.

De algún modo el Ballet y el Jazz no se han mezclado en el flexible cuerpo de Skouratoff, pero el dúo del ballet-acrobático con Danielle Darmance en Le bal des blanchisseuses es realizado con precisión y con el habitual –tal vez apropiado– aspecto existencialista.

Skouratoff es uno de esos bailarines que parecen revelarse a través de dificultades técnicas acumuladas. El acepta confiadamente el desafío planteado por las variaciones de Don Quichotte. Es un placer ver con cuánto élan él hace coupé, entrechat sept, tour en l’air y
otros giros elaborados, despachando el encadenamiento entero con una de aquellas fulgurantes e inconfundibles pirouettes rusas. Bailar en esos extravagantes ballets de Roland Petit debe hacer estragos en la técnica puramente clásica de un bailarín –Skouratoff baila en demasiados de éstos y de otras obras modernas, no lo suficiente en los clásicos, y ésto ha vuelto su actitud escénica más bien apresurada y liberal. Quizás, sin embargo, todo ésto es para bien. Bailarines clásicos hay muchos y demi-caractere muy pocos.Skouratoff se encuentra entre los mejores de éstos.

 

 
 
Black Swan con J. Moreau
(Foto: Baron)
 
Don Quichotte con J. Moreau
(Foto: Castro)

 

Protée
(Foto: Anthony)